Los defensores de la antipsiquiatría se contraponen a la catalogación de “enfermedad mental”, puesto que la mente no es un órgano físico como lo es un riñón o la piel. De modo que podríamos hablar en lugar de enfermedad mental de enfermedad cerebral, y por consiguiente, en lugar de ser atendida por psiquiatras ser atendida por neurólogos. Por otro lado, nos encontramos con un entendimiento equivocado del término “enfermedad”, esto es, la no diferenciación entre un problema de adaptación en persona-sociedad (trastorno) y entre la causa bien definida que esté provocando síntomas (enfermedad). Así un incorrecto entendimiento de enfermedad conducirá a un mal diagnóstico y finalmente a un tratamiento a veces involuntario.
Por último, los antipsiquiatras muestran una de sus mayores desaprobaciones en la unión de la industria farmacéutica y de la psiquiatría, detrás de las cuales se esconden intereses económicos y políticos. Los defensores de la antipsiquiatría abogan por la separación de éstas reforzando su posición con la concepción de una ideología errónea la de considerar los fármacos como tratamiento siempre y plenamente efectivos –a veces muestran efectos adversos-.
En definitiva la antipsiquiatría nació con el objetivo de la mejora de la práctica psiquiátrica, desenmascarando sus fines ocasionalmente lucrativos y/o tendenciosos que son responsables de reconocer en la práctica psiquiátrica ciertas pinceladas de injusticia.
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Por IRENE CALVO, 1º Batx
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