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lunes, 2 de noviembre de 2009

Sócrates (Dir. R. Rossellini 1970), por NOELIA CASTILLO


Gracias a la fe en la Justicia y a la entereza que Sócrates muestra, puede concluirse que realmente existe el buen acto, cosa que sólo cumplen no muchos.

A pesar de la presión de la época a la que se estaba sometido por la escasez de libertad de expresión, asunto que quedó olvidado para la democrática y moderna ciudad ateniense, Sócrates encuentra una manera de poder expresar y mostrar sus teorías de una visión más allá de lo material y lo apreciado hasta entonces. Por ejemplo, menciona lo que hoy suponemos Idea de Belleza, o la teoría del filósofo-gobernante, quien conoce y mejor autorizada posee la opinión de Justicia para los asuntos de ciudad es quien debería gobernar.

Estas ocurrencias no eran las más adecuadas para la mayoría de los ciudadanos ni sobretodo, para las autoridades, pues sólo los dioses tenían el derecho de sentenciar el bien o el mal, es decir, la religiosidad predominaba ante cualquier demostración racial y esto no llevaba a parar a un buen puesto a Sócrates.

Muestra dignidad aceptando simplemente sus acusaciones aunque según dice no eran ciertas, ni por tanto, justas:

La primera de las acusaciones define la increencia (sic) religiosa de Sócrates, cosa que él no acepta ya que alega que no es ateo y cree en sus dioses; con respecto a la segunda acusación que se le determina por proponer nuevas creencias, las cuales ofenden a los atenienses porque sus dioses son únicos. Él contesta que a diferencia de ello, lo que transmite es que su voz interior le ordena razonar, no adoptar nuevas creencias, ni afectar a su religiosidad. En tercer lugar, se dice que su influencia hacia la juventud hacia la increencia (sic) de los dioses es ofensiva también para Atenas; Sócrates argumenta que no ha demostrado su alumnado ninguna oposición hacia él, ni se han puesto en su contra en el momento más adecuado como estaba siendo el juicio. Podrían haber aprovechado y perjudicarle sacando a la luz sus supuestas intenciones.

Además, Sócrates afirma su enseñanza por voluntad propia y sin obtener a cambio ninguna recompensa, ya que lo hacía llámese por vocación o devoción.

Para Sócrates la inteligencia y la razón era lo más importante, y el hecho de poder otorgárselas a los demás, más todavía.

Lo cierto es que Sócrates se centró más bien por el bien común que por el bien individual-como hubiera podido ser el exilio o la rectificación asumiendo lo considerado correcto para Atenas y sus autoridades-. Pero se dejó juzgar por lo que para los demás sería justo.

Una de las últimas frases que menciona Sócrates, considerada cierta e interesante, consiste en que en el mismo momento en el que uno nace, está condenado a morir.


Por NOELIA CASTILLO, 2º Batx.

1 comentario:

Ignacio dijo...

No comenta la idea de belleza si no que le pregunta a uno que defina la belleza y mediante preguntas y argumentos hace que caiga en contracciones para mostrarle que no sabe aunque no se den cuenta.

Ésta es la primera fase de la dialéctica socrática,la ironía.